lunes, 22 de marzo de 2010

¿Estrategias Holísticas?


Definir la palabra holística es un asunto por demás interesante y no exento de controversias. Como dice Martínez (1999 [2002], p. 47):

Toda persona, al nacer, se inserta en una historia que no es personal, que no es suya, se inserta en una corriente de pensamiento, en una tradición y en un idioma. Por esto le resulta casi imposible pensar sin esa tradición y sin ese lenguaje.
Esa es la primera dificultad con la que se encontraron quienes comenzaron a usar la palabra “holística” para implicar un sentido integrado de la persona. Su origen se ubica en el griego holos, un adjetivo que indica la cualidad de integro, de totalidad haciendo referencia a un sistema y los eventos que en el acontecen (Weil, 1993 [2000])

Así, el ser humano es visto como un sistema integrado, en quien emergen eventos que pueden ser interpretados desde su dimensión física (cuerpo), psicológica (mente) o trascendente (espíritu) Con esto se facilita el abordaje de tres tipos de conocimientos, que en el ser suceden como experiencia no separada (Wilber, 1994): un conocimiento de orden sensible, es decir, captado a través de los sentidos; un conocimiento de orden inteligente, o sea, aquel que proviene de la mente y se basa en el uso de lenguajes particulares al objeto que es conocido; y, un conocimiento de orden trascendental, que está ubicado en experiencias de tipo cumbre.

Algo particular de señalar es la acotación realizada por Wilber (ob. cit.) sobre la dimensión psicológica mental como una especie de intermediaria entre cada uno de estos tipos de conocimientos, pues es por medio de la palabra que es posible hacer la socialización de lo conocido, generado gracias a los sentidos y la mente, y, da una idea de lo que la experiencia trascendental puede significar. Dejando en claro que la palabra jamás puede sustituir a la experiencia ni de los sentidos ni de lo trascendental.

En cuanto a la educación, los diseños curriculares en los que se sustenta el proceso educativo de los últimos 50 años, han intentado conjugar vertientes de esas diferentes dimensiones del ser, dando mayor relevancia a lo cognoscitivo de la esfera psicológica, contemplando el desarrollo de habilidades y destrezas tanto del tipo físico como mental; vinculando en algunos casos al arte (dibujo, teatro, danzas) bajo una mirada de conjugación de lo físico con lo psicológico, y; asumiendo una perspectiva religiosa y dogmática de la dimensión trascendental de la persona, en los casos que es atendido este aspecto (Gang, Meyerhoff y Maver, 1992) Sin embargo, la educación sigue siendo escolástica, más dirigida a satisfacer las demandas del sistema económico o político que para la vida de las personas.

Prueba de ello es lo que sucede cuando a una persona le llega el momento de su jubilación. Simplemente, lo que ha aprendido sirve de muy poco; es como si de pronto hubiese dejado de ser profesional, y socialmente hay poco que pareciera poder seguir aportando. De hecho, las estadísticas indican que hay un alto porcentaje de personas que no logran adaptarse a esta nueva etapa de sus vidas, muriendo prematuramente, especialmente entre los hombres. De pronto sintieron que perdieron el propósito de su vida (Zohar y Marshall, 1999)

Es por eso que en la actualidad se está comenzando a hablar de la hologogía, como ciencia de la educación que concibe la formación de la persona como un proceso abierto, que trasciende el hecho educativo y que integra las distintas dimensiones del ser (Barrera, 2004) y sus distintos momentos de vida, basándose en la competencia medular de “aprender a aprender” para ser más efectivo en su existir, de manera que el individuo es el centro y protagonista de lo que emerge en su experiencia.

Los diseños curriculares se operacionalizan a través del hecho educativo, y en éste, lo que da sentido a las relaciones que se establecen entre el docente y el estudiante son los contenidos y las estrategias para el aprendizaje. Estas últimas tiene dos direcciones que se complementan: las acciones del docente y las del estudiante para que se genere la transformación. Las estrategias del docente parten una situación inicial (inventario de conocimientos previos), se establece una situación deseada o propósito, y para su consumación se contemplan una serie de actividades que involucran métodos, técnicas y recursos, y requieren de la valoración cuidadosa de los momentos de planificación, ejecución y evaluación, tanto la actuación como la perspectiva de los actores.

No obstante, es imperativo advertir que el cambio en las palabras no significa un cambio en la manera de pensar y actuar de los docentes. Aun así, hay que correr el riesgo de presentar nuevos caminos y formas diferentes de abordar el aprendizaje, de manera que se atienda a esa condición integra del ser.
Elizabeth Román (2010)

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